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Los restos de fruta hacen un dibujo sobre el vidrio; en algún momento.
"¿Eso es arte? ¡Es vómito!" Jackson Pollock murió con ese tipo de comentarios alrededor de su obra. Fue el mejor artista de su generación y sus pinturas han superado en subasta la barrera de los 100 millones de dólares; su técnica fue revolucionaria: hacía pinturas con una brocha y un tarro de pintura; en lugar de rayar los lienzos dejaba que la pintura cayera en forma de gotas o chorros.
"Expresionismo abstracto", dijeron los críticos. "Vómito", dijeron sus enemigos. "¿Qué es esto?" En el caso de Liliana Vélez, la respuesta es exacta: vómito. Su exposición en la Galería Valenzuela Klenner no está hecha para estómagos débiles. Toda su obra gira en torno al cuerpo. Y específicamente alrededor del cuerpo -mancillado o manipulado- de la mujer. En una pantalla hay un video que muestra una mamoplastia de reducción de senos. "Me dolía la espalda." Y buscó a un cirujano que le permitiera filmar la carnicería. Porque eso es lo que se ve en la pantalla: sangre, grasa y un aplicado ataque contra su cuerpo.
Porque la obra de Vélez cuestiona los límites a los que se expone una mujer por vanidad. Por salud. O simplemente para complacer a los hombres. En un video se ve a ella misma devorando una pila de cáscaras de huevo que, una sobre otra, toman la forma de un pene. En otro video está trotando sobre un mismo punto hasta desfallecer; en otro aparece tirada en el piso simulando una felación y en uno más -con un perverso sentido del humor- les da la razón a todos los que creen que el arte contemporáneo es vómito puro. La obra se llama Ensalada de frutas. El espectador se enfrenta a un vidrio sobre el que la artista arma un corazón -con la ternura de una quinceañera enamorada- con trozos de toronja y piña. Una vez armado, se los empieza a comer y cuando la obra parece terminar, vomita. La obra puede leerse como un ataque a la bulimia y a la obsesión femenina por los alimentos saludables. Pero va más lejos: Vélez vomita de manera controlada. Los restos de fruta hacen un dibujo sobre el vidrio; en algún momento -incluso- se da el lujo de disparar contra una esquina, como una gota de Pollock.
En la misma exposición, Fernando Grisález Blanco presenta otra obra en video que -lejos de la crudeza de Vélez- explora "la vida" de los objetos. En una pared proyecta una plancha antigua que -lentamente- va quemando una sábana blanca. En otra sala enfrenta dos pantallas en las que una aguja de máquina de coser avanza sobre telas verdes, rojas, azules y negras y forma un paisaje de colores absolutamente poético. "Fui a la finca de Líbano (Tolima) donde me crié hasta los 12 años; lo único que encontré de mi pasado fueron los objetos. Y los filmé." Y los rescató -hay que decirlo- con la sensibilidad de Proust en busca de su tiempo perdido.
FERNANDO GÓMEZ ECHEVERRY
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